Humildad
¿QUIERES
QUE DIOS TE ATIENDA?
Porque el SEÑOR es excelso, y atiende al humilde,
pero al altivo mira de lejos. (Salmos 138.6)
pero al altivo mira de lejos. (Salmos 138.6)
Tengamos
presente esta premisa para entender cuál es nuestra condición ante el Creador, la cual deja en evidencia la supremacía del Dios todopoderoso y revela
nuestra estatura.
Dios por
su naturaleza habita en un trono alto y sublime, lleno de gloria y majestad.
¿Quién
podrá tener acceso a su presencia?
Veamos la
respuesta que Él nos da:
“Porque
así dijo el Alto y Sublime, el que habita en la eternidad, y cuyo nombre es el
Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de
espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el
corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15)
La
habitación del Señor está ubicada en lo alto, donde también habita la santidad.
Sin embargo, Dios toma la posición humilde con los humildes. Por tanto, si yo quiero
ser atendida por el Señor. Aunque muchas veces se lo haya suplicado
debido a los dolores de mi alma. Si quiero que Él extienda sus alas de
misericordia y me abrigue, tengo que humillarme ante su presencia.
Yo no
quisiera pasar por momentos difíciles como seguramente tú tampoco lo deseas.
Pero de algo estoy segura, y tú lo debes saber: Justo este es el momento perfecto para rendirnos en las manos de Dios!
Algo más!.. En medio de esos
momentos de aflicción, cuando atravesamos el “valle de lágrimas”, éste se
convertirá en un oasis bendecido por la lluvia que desciende de los cielos. (Salmos
84:6)
Y la
lluvia tiene la particularidad de aliviar toda sequedad. Oxigena, limpia, acaba
con la contaminación, y hace producir buenos frutos. Justamente nosotros nos sentíamos asfixiados y algo estaba enturbiando la fuente de nuestro corazón.
Pero ahora que ya hemos regado con nuestras lágrimas y que hemos recibido la lluvia de Dios …¡Recojamos Nuestra Preciosa Cosecha!
Sean cada uno de esos momentos
bendecidos,
Que me llevan a clamar y a inclinar mi
cabeza.
Pues es precisamente cuando yo he
entendido,
Que ante el Señor debo humillar mi “grandeza”
Porque, ¿Quién es el grande sino solo el
Señor?
Reconozcamos entonces su poderío y
majestad.
Asumamos la posición correcta ante sus
ojos,
Sin orgullo, sin altivez, sin amargura,
sin enojo.
Presentémonos delante de Dios con humildad.
Gracias demos al Padre Eterno por su
amor.
Al que habitando en un trono alto y
sublime,
No por eso deja de atender nuestra
condición.
Sino que escucha atentamente nuestro clamor,
Y sonriente extendiendo sus brazos nos
recibe.
Éste es el Dios clemente que tú y yo
tenemos,
Quien no nos desprecia cuando lo
buscamos.
Atiende la confesión humilde que le
hacemos,
Y vivifica nuestros corazones
quebrantados.
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