QUÉ QUIERES SEÑOR?...

Qué Quieres Señor? 
 
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Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues? (Hechos 9:4)

Este hombre llamado Saulo, del que habla la presente historia, iba de camino a la ciudad de Damasco con el fin de apresar a los cristianos.

Saulo era un hombre intelectual: hablaba tres idiomas, tenía varias ciudadanías, conocía  la Ley de Dios... ¡Pero... a él le faltaba algo muy importante!

La historia de Saulo, aunque sucedió hace varios siglos, es similar a lo que ocurre hoy en la vida de muchos hombres y mujeres.
¿Cuántas personas  a pesar de conocer varias culturas, de  hablar varios idiomas, de tener un buen estatus económico, político o social, están igual que Saulo?

A ellos les asiste algo en común: Un vacío interior, la ausencia de Jesucristo en el corazón. Es esto precisamente lo que los lleva a actuar egoístamente, pensando solo en sus intereses, a tal punto que se convierten en perseguidores del Evangelio.
¡Hay algo muy interesante en todo esto!

Mientras alguien persigue la iglesia, él mismo es perseguido por la gracia salvadora de Cristo, pues, el Espíritu Santo continúa convenciendo de pecado, de justicia y de juicio hasta llevarlos al arrepentimiento.
Por tanto un día, aquel hombre llamado Saulo fue alcanzado. Pero no sin antes, en tierra ser derribado. Solo allí en esa posición pudo hacer dos preguntas, las cuales deberíamos hacer todos nosotros al encontramos con Jesús:

¿Quién eres, Señor?  (Hechos 9:5)
Señor, ¿Qué quieres que yo haga? (Hechos 9:6)

La primera pregunta  ¿QUIÉN ERES, SENOR?, apunta al hecho de que no conocemos realmente a Dios, y justo es lo más importante de nuestra vida. Conocer a Dios nos habilita para amarle y para obedecerle. Nuestra desobediencia siempre es el reflejo de su desconocimiento.
Es apremiante un encuentro genuino con nuestro Señor Jesucristo,  lo cual nos lleva a rendirnos a sus pies y hacerle la segunda pregunta:

SEÑOR, ¿QUÉ QUIERES QUE YO HAGA?
Con toda seguridad el Señor va a responder indicándonos lo que debemos hacer y nosotros le escucharemos, y le obedeceremos.

¿Por qué digo que sucederá con toda seguridad?
Porque al corazón contrito y humillado, Dios no despreciará. (Salmos 51:17)
 
Humillados estamos seguros que Dios nos responde,
Pero con arrogancia no podemos tocar su corazón.
Él nos está buscando incesantemente y sabe dónde,
Él sabe que por orgullo no queremos oír su voz.
 
Desde abajo escuchamos la voz que viene del cielo,
Desde allí  Dios responde a nuestros interrogantes.
Dios conoce nuestros sueños y los mejores anhelos,
Pero solo nos atiende cuando no somos arrogantes.
 
¿Cómo está mi corazón? dile a Dios en intimidad,
Consideremos esta pregunta como prioritaria.
Pues si estamos dispuestos a hacer su voluntad,
¡Claro que obedeceremos de manera voluntaria!
 
Escuchemos al  Señor hablándonos cada día,
Vengamos ante Él con un corazón humillado.
Lo pide con insistencia para darnos la garantía,
Que si obedecemos permaneceremos a su lado.
 

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